Según la ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) 120 millones de personas, el equivalente a casi a toda la población de Japón o 2,5 veces la de España, se han visto obligadas a abandonar sus hogares en los últimos años a causa de la intensificación de los conflictos bélicos. Países como Sudán, Siria, Colombia, República Democrática del Congo, Yemen, Somalia y Ucrania encabezan esta trágica lista; y a día de hoy asistimos con horror y en directo al genocidio que está perpetrando el gobierno ultraderechista de Israel sobra la población de Gaza, que además ha provocado el desplazamiento de más de dos millones de personas.
Hace 88 años la población civil española también sufrió estos crímenes de lesa humanidad tras el golpe cívico-militar del 18 de julio de 1936. Cientos de miles de mujeres, hombres, niños y niñas fueron forzadas a desplazarse y refugiarse en territorios aún controlados por el gobierno de la República ante el avance progresivo de las fuerzas militares y paramilitares sublevadas. Una marea humana sacudida y empujada por los crímenes extrajudiciales, encarcelamientos, robos y violaciones. Este gigantesco movimiento de refugiados, que culminó con medio millón de exiliados en el extranjero, no se detuvo tras el supuesto fin del conflicto bélico en abril de 1939; de hecho, el estado de guerra no se levantaría oficialmente hasta 1948. Durante esa otra ominosa década fueron incontables los casos en los que excombatientes de la República, guerrilleros o simples civiles apostaron por la huida a cualquier lugar para conservar la vida y la libertad.
El Campo de Gibraltar, por desgracia puerta de entrada a la península del temible Ejército de África; compuesto principalmente por la Legión, los Regulares y otros cuerpos indígenas, fue quizá de los primeros territorios en conocer los métodos expeditivos y sanguinarios que caracterizarían en adelante al autoproclamado “movimiento salvador de la patria”. En la semana del 18 al 24 de julio ya habían caído Algeciras, San Roque, La Línea, Los Barrios y Tarifa. En apenas unos días, estos 5 municipios, con una población cercana a los 90 mil habitantes, conocieron el mayor éxodo de su historia. En un primer momento, muchos huyeron hacia Jimena, que defendería la legalidad republicana hasta el 28 de septiembre -Castellar cayó justo un mes antes-; o se dirigieron directamente hacia Estepona u otras localidades próximas a Málaga. Cuando esta es tomada en febrero de 1937 y tiene lugar el crimen de guerra que peyoratívamente los franquistas tildaron de “desbandá”, miles de campogibraltareños que ya emprendieron su particular “juía” meses antes, se sumaron a esa riada de gentes que caminaban hacia Almería mientras eran hostigados y bombardeados por tierra, mar y aire.
- Menores de 20 años: 84
- Entre 20 y 29 años: 373
- Entre 30 y 39 años: 147
- Entre 40 y 49 años: 55
- Más de 50 años: 26
De las 685 personas a las que se le anotó la edad, las dos primeras franjas (menores de 20 y entre 20 y 29) suman el 67% del total. De estas 457, 80 fueron mujeres y 377 hombres, por lo que se deduce que alrededor de la mitad de refugiados expatriados desde Gibraltar eran hombres en edad militar o comprendidos en la reserva. El temor a ser alistados en el ejército sublevado o a sufrir represalias más graves les condujo sin duda a tomar esa decisión. Buena parte de ellos acabarían uniéndose a las fuerzas milicianas que se estaban creando en el frente malagueño. Otra cifra a tener en cuenta es la que resulta de la diferencia entre el total de personas embarcadas y aquellas a las que se le consignó la edad en los listados: 171, la inmensa mayoría de ellas niños y niñas menores, que en muchos casos sólo contaban con el acompañamiento de las madres. La reunificación familiar fue ciertamente un factor clave en esta dramática diáspora.
Antes de analizar individualmente cada listado, conviene abordar aunque sea de forma somera las causas que propiciaron que en torno a 5.000 personas buscaran refugio en la Roca tras el golpe militar, y cuál fue la acogida.
El 18 de julio de 1936, el mismo día que se sublevaron los militares en la península, fue también el día en el que comenzó ese año la feria de La Línea, que con algo más de 36 mil habitantes, era la localidad más poblada del Campo de Gibraltar por aquellas fechas. El epicentro de la rebelión estuvo en el cuartel Ballesteros1, desde 1995 acertadamente destinado para usos sociales y educativos. En este cuartel se encontraba el segundo batallón del Regimiento de Infantería Pavía n.º 7, cuyos mandos intermedios y tropa lograron inicialmente que la oficialidad no se sumara a la sublevación. Sin embargo, y aún contando con el apoyo de sindicatos, partidos republicanos y civiles, no pudieron contener la respuesta al día siguiente de los Regulares que esa misma mañana habían desembarcado en Algeciras, bien pertrechados de armamento. Cerca de un centenar de linenses que expresaban su solidaridad a las fuerzas leales fueron abatidas en el asalto. La ciudad enmudeció ante tal espanto.
En consecuencia, la multitud se agolpó en la aduana con la esperanza de conseguir pases que les libraran de las detenciones, registros domiciliarios e interrogatorios. Muchos otros pasarían en barcazas e incluso a nado. Se calcula que en sólo dos días 1.000 personas pasaron la frontera; residentes británicos en La Línea pero sobre todo refugiados y refugiadas. Las cifras se fueron incrementando a medida que se intensificaba la represión en las semanas y meses siguientes. Fue entonces, ante una avalancha humana en un territorio de reducidas dimensiones y sobrepoblado, cuando se calibró la respuesta de la sociedad gibraltareña.
Aunque es innegable que la actuación de las autoridades civiles y militares de Gibraltar salvó muchas vidas también es cierto que las simpatías de estas antes, durante y después del golpe estaban enfocadas hacia las clases sociales y sectores que lo patrocinaron y llevaron a cabo2. De hecho, lo ocurrido en estos primeros meses en torno a la Bahía de Algeciras y el Estrecho, no fue otra cosa que la nefasta aplicación de lo acordado en el Pacto de No Intervención en agosto de 1936, por el cual los 27 países europeos que lo firmaron -con Francia y Reino Unido como principales promotores- se lavaron las manos en lo referente a la Guerra de España, cuando en realidad lo que se logró con esta falsa política de neutralidad es que el bando franquista, el único que hubo, recibiera una ayuda constante y efectiva de alemanes e italianos desde el primero momento. El ejército golpista no tuvo problemas en abastecerse de combustible y material desde Gibraltar, los mismos que se le negaron a la flota republicana.
Sin embargo, al otro lado de esa otra frontera social, estaba la clase trabajadora gibraltareña. En todo momento, desde que la masa de refugiados se instalara inicialmente en los barracones del puerto, en los barrios humildes, grutas y cuevas; hasta que se habilitaron diferentes campamentos en las proximidades de la Puerta de Tierra o en la zona que actualmente ocupa el aeropuerto, el pueblo hermano de Gibraltar no escatimó en ayudas y solidaridad hacia sus vecinos. Prueba de esta asistencia la tenemos en los distintos testimonios recabados por Juan León Moriche en su última publicación, “Memorias de mujer: Víctimas de la represión y resistentes al franquismo en el Campo de Gibraltar”. Aunque se les recordara y advirtiera de que la ayuda a refugiados sin permiso de residencia era delito, fueron muchas las familias gibraltareñas que arriesgaron su seguridad.
Podemos concluir insistiendo en que, a pesar de que la reacción de los dirigentes de la Roca evitó que la represión en La Línea, y en menor medida en otras localidades de la comarca, se cobrara más vidas y libertades, cumpliendo con las medidas humanitarias que se le presuponen a los Estados democráticos; también subyacieron en tales acciones una finalidad pragmática y utilitaria. Había que impedir de la forma más civilizada posible que Gibraltar se convirtiera en refugio de izquierdistas españoles y los sindicatos locales se dotaran de mayor poder para sus reivindicaciones. La peticiones por parte de los asilados y asiladas de mejores condiciones higiénicas, asistencia sanitaria, información de lo que sucedía tras la verja; sumados a la falta de espacio y probabilidades de que brotaran epidemias, se solventaron finalmente con el embarque y traslado hacia territorio gubernamental.
Autor: Juan Manuel Pizarro Sánchez, publicado en la web casamemorialasauceda.es el pasado 29 de octubre de 2024
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