Luis Monje Ortiz ha sido un hombre que marcó la historia y ha dejado una huella imborrable en la memoria colectiva de Dos Hermanas. Desde su infancia en tiempos de guerra, enfrentando el hambre y la miseria, hasta su valiente lucha por la justicia, la igualdad y la democracia en plena dictadura franquista, su vida es un ejemplo de resistencia y compromiso. Barbero de profesión, fue también un líder clandestino que, con discreción y determinación, organizó el movimiento comunista local.
A pesar de las adversidades, incluida la prisión y el maltrato, Luis nunca renunció a sus ideales ni dejó de luchar por los derechos humanos. Su labor política y social, junto con su incansable defensa de los más desfavorecidos, lo convierten en un símbolo de esperanza y de lucha por un mundo más justo. Con extraordinaria lucidez hasta el final de sus días, compartió sus memorias, que no solo reflejan su vida, sino también la historia del comunismo en Dos Hermanas.
Luis nos ha dejado, al recordarle, honramos a un hombre que dedicó su existencia a mejorar la vida de los demás, que no tuvo miedo de enfrentarse a la injusticia y que se convirtió en fuente de inspiración para generaciones futuras. Mis condolencias más sinceras a su familia, amigos y a quienes tuvieron la suerte de conocerle y aprender de su fortaleza y humanidad. Que su legado viva en todos nosotros.
Hace 39 años, en marzo de 1979, fue votado por los militantes del comité local para ser el candidato del PCE a la alcaldía de Dos Hermanas. Las elecciones se celebrarían el 3 de abril y, aunque concurrían otros candidatos, las sensaciones eran (como después se confirmó) que ganaría el voto comunista. Luis tenía todas las papeletas para ser el primer alcalde de la nueva democracia en Dos Hermanas. Sin embargo, aunque ganó el PCE, no lo fue. ¿Qué pasó? En esta entrevista, que se prolongó por más de dos horas, le pregunto si se sintió traicionado y aprovecho para indagar en otras cuestiones y anécdotas poco conocidas, como la manera en que él y sus camaradas imprimían, con un rulo de carpintero, octavillas clandestinas que después tiraban por las calles, por un agujero practicado en los bolsillos internos de sus gabardinas. también le dio un leve repaso a la política actual, Si tuviera que elegir un titular, escribiría este: «toscano no ganó las elecciones de 1983. Las ganó Felipe González». Fue una de sus muchas reflexiones, que hizo con extraordinaria lucidez a pesar de su avanzada edad.
Hábleme de su infancia, Luis, en aquella casa de vecinos de la calle Reposo, donde nació. Nací el 21 de agosto de 1932 en aquella casa de vecinos donde vivíamos 14 familias, todas muy numerosas. También muy solidarias unas con otras. Con menos de cuatro años estalló la guerra, así que imagínese. Pasé mucha hambre. De los 10 hijos que tuvieron mis padres, solo sobrevivimos cuatro. Eran tiempos de miseria y penuria. La leche de lactancia era de muy mala calidad. Mi padre, Manuel Monje Claro, era nazareno y se buscaba la vida de albañil o en trabajos del olivar. Mi madre, Ana Ortiz Duarte, era natural de Alcalá de Guadaíra y sus padres de Ronda. Trabajaba de deshuesadora en el almacén de La Lagunilla. ¡La Lagunilla! ¡Quién le iba a decir a su madre que en el patio de ese almacén, cuarenta años después, su hijo iba a dar un mitin comunista con Santiago Carrillo! Pues sí, fue un día memorable en la historia de Dos Hermanas. En 1977 este era el pueblo con más comunistas de la provincia de Sevilla, y por eso trajimos aquí a Carrillo.
Luego, si le parece, le preguntaré por ello. Volvamos a su infancia. ¿Fue usted al colegio? Fui a los párvulos del colegio del Cementerio Viejo, pero aprendí muy poco. Entonces la enseñanza era de muy baja calidad. Recuerdo que era mucho canto guerrero, muchos catecismos y muchos palos en las manos. La situación de miseria y el ambiente no era el mejor para adquirir cultura ni los profesores para darla. Al mismo tiempo, nuestros padres arrastraban un analfabetismo histórico, lo único que querían era que aprendiéramos lo más elemental: leer, escribir y las cuatro reglas, para que no nos engañaran. Después estuve en la escuela del Ave María, donde se seguía la norma de «la letra con sangre entra». Se aprendía ¡pero a base de bastantes tortazos!
¿Cómo toma contacto con el Partido Comunista?
De la forma más impredecible. Me atraía la política y tenía contactos con ex presos políticos del canal, y me informaba por la radio de las condenas extranjeras. El contacto me lo facilitó el hermano de mi novia, Francisco Rodríguez, más conocido como «Pachi». Él conocía bien mi forma de pensar y se fue acercando a mí. Pero ser comunista en la España de los años 50 suponía un enorme peligro... ¡Y tanto! Por eso todo se llevaba a cabo de forma clandestina. Mi novia, que era la hermana de Pachi, nunca supo que yo era comunista hasta que me detuvieron y fui a la cárcel, en 1960. Ahora hablamos de eso, pero antes explíqueme cómo un joven de 24 años, con toda la vida por delante, se mete en un lío así. Si alguien le delataba podía acabar en la cárcel. ¿Cómo se atrevió? Iba en mi carácter combativo.
En agosto de 1954, cuando me licencié del servicio militar (que hice en Tetuán), ya llegué muy rebelde e inconformista. No aguantaba a los militares fascistas. Pero su coqueteo con las ideas comunistas venía de lejos. Se podría decir que se forjó a fuego lento desde su infancia, ¿no? Sí, con cuatro años ya empecé a tomar conciencia de las injusticias que se estaban cometiendo. En 1936 fusilaron a un hermano de mi padre, que era anarquista. Yo era un niño muy vivo y escuchaba los susurros que mantenían mi padre y mi madre. Recuerdo ya ese sentimiento de impotencia cuando vi a mi madre y a mi tía llorando. Yo iba agarrado de su mano. Lloraban cuando fueron a la herrería de la calle Brasil (donde trabajaba mi tío) a preguntar por él y allí les dijeron que se lo habían llevado, lo habían metido en el barco prisión y lo habían fusilado. Su «delito» había sido pertenecer a la CNT y reclamar las ocho horas de trabajo.
Su oficio de barbero también le ayudó a conocer ese mundo clandestino, ¿no? Sí. Con 9 años, como era muy endeblito, ya me metieron de aprendiz en una barbería. A los 13 trabajaba de oficial en la barbería de la plaza, y en 1949 me establecí como barbero en la calle Oviedo. Yo ya conocía a comunistas porque cuando aprendía el oficio en la barbería de Antonio Varela Barbero, el «Chico Anchón», que era republicano, coincidí con algunos. Esta barbería era frecuentada por muchos hombres represaliados de las colonias, pero también derechones y fascistas. Escuchaba allí a personas mayores de izquierdas como Manuel «Coscoja» o Pedro Martín, el relojero. Pedro era una persona muy preparada y progresista; en los primeros días del movimiento, una noche fueron a por él para asesinarle, pero escapó por los tejados de las casas y desapareció una larga temporada.
Aún así, tratar de temas prohibidos en una barbería también conllevaba unos riesgos... En mi negocio sabía qué personas eran de confianza y cuáles no. Se hablaba de los temas que nos agobiaban en los trabajos, los abusos, las miserias... y se desarrollaban coloquios políticos y sindicales. Si de pronto entraba algún fascista o simplemente un desconocido, cambiábamos de tercio y a otra cosa. Se hablaba de los temas que el régimen permitía: fútbol, toros, cine y poco más.
Algunas veces, personas mayores traumatizadas por la represión vivida, nos pedían prudencia por algunos impresentables que nos pudieran hacer daño. Ellos estaban paralizados por el miedo y las represalias sufridas, pero nosotros, los más jóvenes, no. Ha mencionado antes que escuchaba mucho la radio extranjera, o mejor dicho, la que emitían los españoles desde el exilio.
¿Qué papel jugó la radio en su vida? La radio fue la que me hizo comunista. Escuchaba Radio París, BBC, Radio Netherland, Radio Moscú y, la que más, Radio España Independiente Estación Pirenáica. Para mí era la más directa y trataba más detalladamente los problemas concretos. Esta vocación por escuchar la radio ya la tenía cuando con 10 o 12 años mi amigo Ramito me invitaba a su casa a escucharla sobre las 9 de la noche. Entonces había pocas casas con radio.
¿Cómo y cuándo se produjo su primer contacto con comunistas en Dos Hermanas? Como le he dicho, fue mi cuñado Francisco Rodríguez «Pachi», que era tonelero, quien me introdujo. Un día de 1956 me invitó a una reunión en la taberna de «El Calentero», en el barrio de La Fábrica.
Pero era una reunión clandestina, prohibida por el régimen. Supongo que sería de noche y sin que nadie les viera, ¿no? ¡Qué va, lo hicimos a plena luz del día, tomando un vino y de pie, a la vista de todos! Había que hacerlo con mucha discreción, y cambiando de tema si alguien se acercaba. Ese día nos pusimos de acuerdo para reunirnos periódicamente, recibir propaganda y tomar decisiones.
¿Quiénes formaron esa primera célula comunista? En esa reunión estábamos cinco: José Frutos (alias «El Pájaro»), José Romero, José Pichaco, Francisco Rodríguez y yo. Acordamos vernos todos los domingos y en diferentes sitios, con la normalidad de las personas normales, paseando por el campo, o en bares, con la botella y unas aceitunas, altramuces o cacahuetes y con cambio de temas si algún intruso cercano nos parecía sospechoso. Éramos muy prudentes y parecíamos un grupo de amigos, y en el fondo también lo éramos.
¿De qué hablaron en las sucesivas reuniones? El comité local lo componíamos José Romero, José Pichaco, Francisco Rodríguez y yo, y algunas reuniones las teníamos con Severo Ruiz Cobos. Él era el secretario de organización y ex preso político en Los Merinales. Fue quien nos acabó delatando el día de las detenciones de 1960. Lo torturaron, y lo pisotearon hasta que dijo nuestros nombres, pero nunca se lo echamos en cara. En las reuniones tratábamos de explicar el gran cuidado que teníamos que tener en los lugares de trabajo, porque entraban personas que no sabíamos quiénes podían ser y se presentaban a sus compañeros como solidarios y críticos contra la empresa y en el fondo eran policías infiltrados, que dieron algunos disgustos en las organizaciones.
¿Es cierto que fueron tan osados que se metieron en la boca del lobo? ¿Se reunían en el local de «Educación y Descanso»? Pues sí. Un día paseando por la calle Real me di cuenta de que en un local que estaba encima del sindicato del régimen, había una organización del sistema que le llamaban «Educación y descanso». No lo frecuentaba casi nadie, nada más que unos cuantos elementos franquistas que lo tenían como su casino particular. En unos sillones grandes de mimbre que había en la acera, nos sentamos y nos pusimos de acuerdo para subir al local para ver cómo era aquello, y subimos. Tomamos café y charlamos con el hombre, un tal Rafael. Le preguntamos si estaba reservado para los que estaban sentados en la puerta, y nos dijo que eran para toda las personas que quisieran entrar. Entonces decidimos aprovechar aquel sitio para jugar al ajedrez y reunirnos allí, ya que era un lugar muy tranquilo e idóneo para nuestro trabajo clandestino.
¿Nunca nadie sospechó de ustedes? No, lo preparábamos bien, lo hacíamos los domingos sobre las 10 tomándonos el café. Resolvíamos las reuniones con cinco sillas, un velador y una partida de ajedrez en sitio estratégico: cortábamos el paso de la escalera y las puertas de la sala. Hablábamos moderadamente; a veces sentíamos un ruido de tacones fuerte, sabíamos que era el teniente de la guardia civil, que se presentaba con las botas y espuelas de montar, lo único que le faltaba era el caballo. Era el teniente Cortés, le tenía un gran odio a las personas de izquierdas; un día le pegó al dueño de la cafetería que hay al final de la calle Real, entonces la tenía un tal Ramón que era un preso político de los del canal. Nosotros comentábamos: ¡Como éste nos pesque, nos elimina!
¿también se reunieron en la Peña Bética? Sí, en la que abrieron en la calle La Mina. Allí hicimos muchas reuniones. Poco después llegaron las detenciones. Uno de los principales medios de la lucha comunista era la propaganda.
¿Cómo hicieron las primeras octavillas en un ambiente tan hostil y represivo? Romero tenía una carpintería frente a su casa, en la calle Fernán Caballero. Fabricó un rulillo redondo y con letras de imprenta hicimos las primeras octavillas. Allí se empezó. Todo ese material se guardaba en una caja fuerte, y después una imprenta de juguete que compré en Sevilla. También imprimíamos en mi barbería. Empezamos a tirar las primeras octavillas de noche. Llevaban un texto y las siglas del PCE con la hoz y el martillo. La policía estaba como loca buscando a los responsables pero no tenían ni idea de quiénes éramos. Después nos hicimos de un tampón y fuimos contando con más medios. Incluso teníamos un infiltrado en el ayuntamiento, un comercial que había estado en la cárcel y que hacía los clichés en la máquina de escribir, aprovechando que entraba en el ayuntamiento para hacer los pedidos.
¿Cómo distribuían las octavillas por Dos Hermanas? De muchas formas. Por ejemplo, por correo. Metía octavillas en sobres y se las enviaba a la gente de derechas, cuidando de escribir el remite con la mano izquierda para que no se reconociera mi letra. Me iba a Sevilla y las echaba en un buzón. También las dejaba en las rejas y por debajo de la puerta de las casas, junto a un ejemplar de «Mundo obrero».
¿Qué pasó una noche al salir de «El Boquerón de Plata»? Muchas noches, muy tarde, yo salía de ese bar, en el Paraero de los Carros, y camino de la calle Reposo, iba tirando octavillas desde el bolsillo interior de mi gabardina. Un día me acompañaba un municipal, Manolete, que no se estaba dando cuenta de que, mientras caminaba junto a mí charlando, yo iba tirando octavillas por el suelo. Al día siguiente, cuando se descubrió que varias calles amanecieron llenas de octavillas, Manolete me dijo, sorprendido: «¡Luis, anoche tiraron octavillas comunistas! ¿Quién habrá sido?». Con el paso del tiempo y después de salir de la cárcel, me retiró la palabra. ¡Me dejó de hablar! (Se ríe).
Parece que tenía usted una gran capacidad para pasar desapercibido... Pues sí, de hecho, las detenciones no se produjeron por fallos nuestros sino por una negligencia de un camarada en otro pueblo. Lo demuestra la sorpresa que causó en la ciudad; el mismo guardia de información le dijo a Severo que si le hubieran detenido por sospecha, hubiesen detenido al párroco del pueblo antes que a él, e igual pasó con nosotros.
Llegamos a un día nefasto para el Partido Comunista, y para usted, que acabaría pasando tres años en la cárcel. ¿Qué pasó el 8 de julio de 1960? Caímos once comités locales de once pueblos. Fue por un accidente de un trabajador de electromecánica que llevaba propaganda en Córdoba. Se cayó de la bicicleta y las octavillas se expandieron por toda la calle. La fuerza represiva franquista aprovechó la ocasión, torturaban para descabezar las direcciones y detuvieron a alrededor de 200 personas, en bastantes pueblos de Córdoba. Fui informado de esas detenciones, pero pensábamos que no nos salpicaría porque eran en Córdoba. Pero entonces un trabajador de Renfe de La Rinconada, a pesar de ser advertido de la vigilancia, fue a Peñaflor a llevar propaganda y fue detenido.
Junto a Peñaflor cayeron La Rinconada, Brenes, Alcalá del Río, Villaverde, Alcalá de Guadaíra, Carmona, Dos Hermanas, Utrera y Los Palacios. ¿Cómo fue su detención? ¿No intentó huir o esconderse? No, no me dio por esconderme, casi lo estaba esperando. El 12 de julio por la tarde tres guardias civiles vinieron a buscarme a la barbería de Real Utrera. Me metieron en un jeep donde ya venía detenido Pepe Segura (al que habían denunciado en Alcalá de Guadaíra), mi cuñado Pachi y Dolorcita «la de Huerta Palacios». A Frutos y Romero ya los detuvieron la noche anterior. En total 20 de Dos Hermanas. ¿Adónde los llevaron? A Sevilla, al Cuartel de la Guardia Civil de La Calzada, conocido como «la fábrica de tortas», situado en la Plaza del Sacrificio, nombre que le cuadra muy bien. Allí nos encerraron en una nave grande. Estuvimos una semana. A Dolorcita, un hombre de Brenes y otro de Cantillana les dejaron en libertad y después el día 20 nos llevaron a la Prisión Provincial de La Ranilla a unas 46 personas. Después de pasar 20 días de aislamiento salieron en libertad José Segura, José Pichaco, Salvador y Paco el taxista.
¿Sufrió malos tratos? ¿En algún momento le golpearon o torturaron? A mí no, pero a Severo lo torturaron, le dio un colapso y se orinó e hizo sus necesidades. Lo llevaron a un médico que lo reanimó. Cuando lo trajeron venía deshecho, apenas se sostenía en pie y le interrogaron para que dijera quienes pertenecían al comité local, sus responsabilidades y militantes. A mí me señaló como lo que era, el responsable político del partido en Dos Hermanas. En esta situación se nos planteaba dos soluciones: firmar las declaraciones o negarnos hasta que el cuerpo aguantara las torturas. Se demostró que ninguno teníamos madera de héroe. Lo único que planteamos fue que a las 20 personas que no eran militantes las dejaran en libertad.
¿Cuánto tiempo pasó en la cárcel? En la de Sevilla nueve meses, en la de Carabanchel (Madrid) cuatro meses a la espera del juicio y cuando éste se celebró, cumplí dos años de conde- na en Cáceres.
¿Cómo fue su estancia en la cárcel? ¿Pasaron hambre? Del hambre, del frío y de la suciedad nos salvaron nuestras familias, que llevaban a la cárcel comida y hasta productos de limpieza. En la de Sevilla eran celdas de tres, estaba yo con Severo y Pachi. Tuvimos que desinfectarlas de chinches nosotros mismos. En Madrid nos organizamos y se formó una bolsa de solidaridad entre las familias de los presos. Se repartía la comida entre todos y nunca pasábamos hambre. Hasta el portero de la cárcel se sorprendía. ¡Qué barbaridad las familias de los comunistas!, decía.
¿Pasó algún momento delicado en la cárcel? Fue un trance muy duro, pero allí fue donde nos hicimos más fuertes. Hablábamos de política, nos organizábamos. Nos permitían alguna lectura, todas malas, las que ellos permitían. También jugábamos al ajedrez. El 8 de abril de 1961, cuando salimos para Madrid, desde Atocha nos llevaron en un camión hasta la cárcel de Carabanchel. Recuerdo que íbamos esposados para el camión, y yo iba en un extremo. Un transeúnte se puso a mi lado y me preguntó y le contesté que éramos comunistas. El guardia, muy nervioso, le dio un empujón y el hombre desapareció rápidamente, no querían que supieran que éramos presos políticos. Cuando llegamos a Carabanchel nos retiraron todo lo que llevábamos, nos dejaron en cueros y nos exploraron todo el cuerpo de una forma humillante un funcionario y un recluso, nada de médicos, decía. Por cierto, allí coincidimos con un grupo de comunistas de Madrid, detenidos por lanzar octavillas desde las gradas del Santiago Bernabeu, en un partido de fútbol.
¿En algún momento de esos años temió por su vida? No, estábamos ya en los años 60 y el régimen empezaba a descomponerse. Sabían que tarde o temprano todo se desmoronaría y no se atrevían. El que estuvo a punto de morir por falta de atención médica fue el compañero Antonio Zarza. Teníamos asignado un médico que venía una vez por semana, pero su talante hacia nosotros era dictatorial y despectivo. Esta soberbia se la quitamos meses después cuando enfermó gravemente Antonio. Nos movilizamos dentro de la prisión planteando que lo llevaran a un hospital y el médico se resistió. Hicimos llegar esta situación a la calle y empezaron a dar la noticia las emisoras extranjeras, entre ellas la Pirenaica. El resultado fue que el médico ya no volvió más por la prisión. Mandaron un sustituto, capitán del ejército de un cuartel cercano a la prisión. Era buena persona y buen médico, repuso pronto al compañero Zarza y además nos dijo que su mujer era de Dos Hermanas y que él estuvo de médico en El Tomillar, que era un centro para enfermos de tuberculosis.
En su certificado de libertad condicional, que le conceden el 20 de abril de 1963, leo que se le juzgó por el delito de «rebelión militar» y «actividades extremis- tas». ¿Cómo se desarrolló ese consejo de guerra? Fue una gran farsa. Nos trasladaron en el célebre camión de toldo y banco de madera. Cuando el camión aparcó en la puerta del edificio donde nos juzgaban, ya en el suelo, entonamos el canto de la Reconciliación Nacional. El intento amenazante de los escoltas no nos calló y entramos a gritos, cantando. Resumiendo, la canción decía: «Jóvenes españoles, estamos en prisión, por la lucha de la reconciliación». A la mayoría nos pedían ocho años de prisión y al final se quedaron en seis. Seis que finalmente para mí fueron cuatro, tras acogerme a varios indultos. Salí de la cárcel el 23 de abril de 1963. Después de 33 meses entre rejas y regresar a Dos Hermanas,
¿notó algún cambio en el pueblo? Sí, percibimos un gran cambio en el estado de ánimo de la gente. La dictadura nos quiso presentar como terroristas y delincuentes, pero los ciudadanos nos recibían con alegría y esperanza democrática. La gente se tiraba a mí para preguntarme. Era Dios. Por nuestras casas desfilaron muchísimas personas para saludarnos, de ideas progresistas, conocidos próximos y más distanciados, y se les veía abierto al deseo de que los españoles acabáramos con la tiranía de la dictadura.
Supongo que, al estar identificado como comunista a la vista de todos, su vida personal y en la barbería también cambió. ¿Le tenía vigilado la policía? Sí, mi libertad condicional me obligaba a presentarme en los juzgados para firmar el control durante 18 meses y así conseguir la libertad total; después de ir al juzgado a firmar me presenté a la guardia civil, que en esa fecha estaba en el Ayuntamiento; uno de los guardias, «el tío de la pipa» le llamábamos, se dirigió a mí de forma despectiva, diciéndome que tenía un buen trabajo y ganaba dinero, que si todo lo que hacía era para ser ministro. Seguidamente me dijo que yo tenía que conocer a varios nombres de activistas y me señaló una lista. Le aclaré que lo que yo sabía ya estaba en mi expediente y que había pagado con 6 años de condena por ser comunista y que nunca pasó por mi cabeza cargo público alguno, sino ser libre y vivir en democracia. La reacción del sargento, que tenía más planta de bestia que de ser humano, fue histérica. Sacó su pistola y me la puso en la nuca y gritando dijo: «A estos elementos hay que matarlos cuando se cogen, porque cuando salen de la cárcel salen peores». Hay que tener mucha sangre fría para contestar cuando a uno le apuntan con una pistola en la nuca.
¿No se asustó? ¿Cómo acabó aquel incidente? Asustados estaban más ellos que nosotros. Con mi sencilla explicación les puse muy nerviosos, porque días antes se habían desarrollado grandes acciones de protesta, nacional e internacional, contra el asesinato de Julián Grimau. Continuó amenazándome, y me dijo que si volvía a crear problemas me buscaría y acabaría conmigo. Le respondí que mientras las personas defendieran sus derechos, tendrían problemas ellos, por mucho que nos quitaran la vida o encerraran en las cárceles.
¿Qué hizo en los siguientes años? Lo primero que hice, dos meses después de mi libertad, fue comprarme una radio para escuchar Radio España Independiente, y por supuesto, casarme. El 17 de junio de 1963, tras 15 años de relación (los tres últimos secuestrado) me casé con Esperanza. Solo le dejaban verme 20 minutos, en las visitas a la cárcel. Profesionalmente, continué con mi barbería, que regentó mi hermano mientras estuve en la cárcel. En lo político, estuve dos años tapao, me tenían vigilado, se personaba la policía en la barbería y en mi casa para aconsejarme que, para evitar problemas, si me mandaban propaganda que lo comunicara. Yo contestaba que cuando la recibiera se la llevaría. Esta visita me dio la claridad de que me vigilaban. También me visitó una vez un jovencito de la policía secreta. Cuando le escuché varios consejos y amenazas indirectas le dije que si con lo joven que era no se daba cuenta de que el sistema represivo ya no le daba beneficios, la libertad era imparable y que estaban ciegos,¿no veían que el país estaba en pie de lucha para conquistar sus derechos y la libertad? Se marchó sin responderme. Yo creo que él ya sabía lo que se le venía encima, pero le mandaban para hacer el papel de represores.
¿Qué quiere decir que durante un tiempo era un comunista «tapao»? Que a la vista de todos estaba apartado pero empecé a participar en reuniones; la primera fue en 1964 una noche muy oscura en una casa en construcción. Fui llevado por Manuel Montes a una barriada por la zona de Joselito Díaz. El lugar estaba completamente oscuro, no había ni una mala vela, así que no nos veíamos las caras. Hablaba una voz que yo no conocía pero que me sería muy familiar los siguientes años. Estaba muy documentada con la política del P.C. Al día siguiente me lo presentaron. Era Manuel Benítez Rufo.
En abril de 1966 se compra un piso en una nueva barriada, Virgen del Rocío, y eso le cambió la vida. ¿Por qué? Porque se construyeron muchas casas y pisos sin planificación ni equipamientos, y me metí de lleno en tareas vecinales, a reunir a los vecinos, a organizar el barrio: había falta de escuelas, el agua no era potable, no había luz, las calles sin asfaltar... Hice lo que más me gusta: política a ras de tierra, tocando los problemas de la gente. Yo ya era reconocido como «el comunista».
también durante esa época le detuvieron, creo. Sí, varias veces. La última fue en 1968 por una manifestación por la falta de escuelas. Vinieron a detenerme y les dije que vale, pero que esperaran en la puerta. Les estuve haciendo esperar hasta que terminé de comerme un filete. Hasta mi mujer se encaró con uno de ellos y lo llegó a zamarrear. Pero la detención solo fue un rato. Me había preparado unas coartadas y no pudieron demostrar que estuve en la manifestación.
Demos un salto hasta los años de la transición. Ya escribimos en esta Revista, en su edición de 2007, sobre el gran mitin comunista celebrado en Dos Hermanas el 13 de mayo de 1977, con la presencia de Santiago Carrillo. ¿Cuál es su recuerdo de aquello? Fue una gran satisfacción. Ese día Dos Hermanas casi duplicó su población. A una ciudad de 50.000 habitantes llegaron en una sola noche 40.000 visitantes. El tráfico colapsó la ciudad. Hacía más de 40 años que no se celebraba en España un acto político de un partido de izquierdas y se decidió que sería Dos Hermanas por la fuerte implantación del comunismo aquí. El entonces alcalde, Manuel Contreras de Soto, se llegó a oponer a la celebración de aquel mitin. Yo mismo fui a recibir a Carrillo al aeropuerto, junto a otros camaradas del comité local. En esa fecha estaba yo dando mítines en la campaña electoral, en la que Ricardo Limia, ex preso del canal y gran comunista, me llevaba a todos los actos.
Unas semanas antes, el 9 de abril de 1977, el presidente del gobierno Adolfo Suárez legaliza el Partido Comunista. El día 10 intervino usted junto a Manuel Benítez Rufo en el acto de la legalización, y en él Benítez dijo que él sería el candidato para el congreso y usted para las municipales. ¿Qué ocurrió dos años después para que usted, que iba camino de ser el primer alcalde democrático de Dos Hermanas, se quedara fuera? Tengo la espinita clavada de no haber sido alcalde, se produjo un agravio hacia mi persona que me sentó muy mal. Estuve a punto de abandonarlo todo. Como usted dice, Manuel Benítez salió de diputado en esa campaña. Yo me fui preparando para las elecciones municipales. Ya en la precampaña tuvimos una entrevista para un periódico, realizada por Pepe Santos, donde participamos los candidatos Juan Varela, Félix Monedero y yo, dando cada uno nuestra versión sobre la situación de Dos Hermanas y sus soluciones inmediatas. Se desarrolló una amplia reunión del comité local, con todos los responsables de las agrupaciones (que serían aproximadamente unas 30), en la que se trató quién tenía que encabezar la lista. Todos los presentes menos uno votaron que yo sería el candidato a la alcaldía. En todo este proceso, ni en el comité provincial, ni en el regional, ni en el comité central, nadie señaló nada en contra de mi candidatura.
Entonces, ¿por qué el candidato a alcalde fue Manuel Benítez Rufo y no usted? Ocurrió algo que el partido no esperaba. Pusieron a Manuel Benítez segundo en las listas para el Senado, que encabezaba Fernando Pérez Royo. Nadie se esperaba que en esos comicios solo saliera Pérez Royo y Benítez se quedara fuera. Las elecciones al Congreso se celebraron el 3 de marzo de 1979 y las municipales un mes después, el 3 de abril. Es cuando deciden que él encabece la lista de las municipales. Me sorprendió y me disgusté bastante, por el método del centralismo que habían aplicado, sin tener en cuenta ningún método de discusión con el partido local.
Dígame ahora: ¿Cree que Manuel Benítez Rufo habría llegado a ser alcalde si usted hubiera abandonado el partido? Creo que no. Si yo me llego a retirar, Rufo no habría ganado las elecciones, no lo conocía casi nadie. La gente del pueblo me conocía a mí, no habría entendido el cambio y se habría producido un gran desconcierto. Supongo que se enfrentó a una de las decisiones más difíciles de su vida. ¿Qué hizo? Mi reacción fue sacrificar mi persona y apoyar a Manuel. No quise defraudar a todos los que me apoyaban. Para borrar la confusión que se produjo, en una asamblea con más de 150 militantes que se celebró en una obra en construcción en el Ave María, ya en campaña, intenté convencer a todos de que Benítez Rufo era mejor candidato que yo. Expuse su gran capacidad, su experiencia en las instituciones como el congreso y que así se daba un mayor valor a la candidatura local.
(A Luis le ha costado mucho continuar con esta parte de la conversación. Es evidente que todavía le duele recordar. Ha mantenido largos silencios antes de contestar mis preguntas e incluso se le ha es- capado una lágrima. Su mujer y sus dos hijos, presentes en la entrevista, y yo mismo, le ayudamos a que se calme. Y continuamos...).
¿Guarda algún rencor a Manuel Benítez Rufo? Ninguno. Yo le defendí, Manuel era buena persona y fue un gran alcalde. Reconozco que yo no hubiera hecho lo que hizo él en la alcaldía. Sin embargo, en las siguientes municipales, las de 1983, ganó toscano. No, no ganó Toscano, ganó Felipe. A Toscano no lo conocía casi nadie. La gente votó al PSOE de Felipe González. Él le hizo un gran daño al comunismo y Julio Anguita acabó de rematarlo.
Pero el PSOE no habría ganado en 1983 si el PCE hubiera hecho bien las cosas en Dos Hermanas, ¿no? Tuvimos muchos factores en contra. Nos encontramos un ayuntamiento sin apenas servicios, la ciudad no tenía equipamientos. Los ingresos eran pocos, el presupuesto municipal era de unos 250 millones de pesetas, con un gasto de personal que se llevaba la mayor parte del mismo. Eso dejaba pocos recursos para poder atender a las mejoras de las personas y servicios, que eran escasos. A pesar de esta situación el personal técnico se empleó con ilusión en buscar los medios posibles para mejorar dichos servicios.
¿No se plantearon subir impuestos para obtener más ingresos? Eso es lo que hizo después Toscano, y lo hizo bien. Nosotros valoramos diversas subidas de tasas, pero la sensibilidad de la corporación siempre fue hacerlo al mínimo y de forma gradual. En el tema del endeuda- miento con la banca (que creo que la ley lo situaba en el 16%), nosotros no llegamos a utilizarlo a más del 12% ó 13%. Creo que nos faltó valor para endeudarnos más. Igual al elevar más las tasas y los impuestos hubiéramos hecho más cosas.
¿Reconoce entonces que los socialistas lo han hecho bien? Por supuesto. Estoy orgulloso de cómo está hoy Dos Hermanas, no soy enemigo de los socialistas. Al contrario, hay que apuntarse al gran progreso que han propiciado en la ciudad. Yo nunca he entendido a los dirigentes locales de Izquierda Unida, uniéndose al PP (que son los nietos del fascismo) para votar contra el PSOE. Cuando en 2006 me nombraron hijo predilecto de Dos Hermanas, tuve una conversación con ellos. «¿Qué cuento os traéis?», les dije. «¡Colaborad, no enfrentaros a ellos!».
Ya que está analizando la política actual, dígame cómo valora al actual líder comunista a nivel nacional, Alberto Garzón. Garzón me gusta, pero «Podemos» lo ha cogido por la cabeza, lo tiene anulado.
Pero «Podemos» también es izquierda, ¿no? No, «Podemos» es derecha. En las próximas elecciones lo verás. A Iglesias, como siga así, no lo va a votar ni su padre. Es un oportunista, mira lo que ha hecho en Cataluña. «Ciudadanos» es una derecha más moderada. Actualmente, el líder que más me gusta es Pedro Sánchez.
Muchas gracias por recibirme, Luis. Seguro que a muchos nazarenos les ha servido y servirá, en el futuro, todo lo que nos ha contado.
Gracias a usted.
Mas sobre Luis en el siguiente enlace:
Fuente: La entrevista fue realizada por el periodista David Hidalgo y publicada previamente en el revista cultural de feria de 2018.
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