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1973, «Cuando la policía vino a detenerme, me tragué el papel con los teléfonos»

Francisco Durán en la actualidad, con 87 años.

Paco Durán dirigió el Partido Comunista desde Dos Hermanas. En el franquismo llevó una doble vida. Fue torturado. A los 87 años, dice no arrepentirse de nada

Tras el reciente fallecimiento de Luis Monje, Francisco Durán Lago puede ser el último de aquellos históricos comunistas que lucharon contra el franquismo desde la clandestinidad. Acaba de cumpir 87 años y lo recuerda todo como si fuera ayer. Lo visitamos en su casa de la calle Virgen de Covadonga.

Naciste en Arriate en 1938. ¿Cómo y por qué decides afiliarte al Partido Comunista?

Tuve que trabajar desde muy joven porque a mi padre lo mató un tren y yo era el mayor de cinco hermanos. Con 13 años ya trabajaba en la construcción. A mediados de los 50, se crea el Instituto de la Emigración para que los españoles trabajáramos en el extranjero con contrato. Me fui a Francia a coger cerezas y después trabajé de albañil. En Carcasona había un bar de españoles, y allí encontré al primer comunista. Tenían miedo a que se les colara un infiltrado, así que me obligaron a firmar un juramento.

¿Cuando volviste?

En 1969. Por entonces ya estaba casado con mi mujer, Ana Durán. Entré a trabajar en la construcción de VICASA, la fábrica de vidrios. 

¿Nadie sabía que eras un infiltrado comunista?

¡Nadie, pues corría peligro mi vida! Los compañeros comíamos juntos, yo me llevaba El Correo de Andalucía. Un día me preguntaron si me gustaría ir a una asamblea del Sindicato Vertical y dije que sí. Ahí estaban infiltrados algunos comunistas como Vaquero, Zamora, Fornet… Ellos me propusieron ir a una reunión del PCE, pero yo nunca dije que ya lo era. 

¿Cuando te convertiste en dirigente del partido?

Todo dio un vuelco en 1971. Me entrevisté en los Jardines de Murillo con José Benítez. Me dijo que de un momento a otro, yo tendría que hacer alguna intervención. Y justo quince días después hubo una redada y fue liquidada la dirección del partido. Creamos un nuevo comité, me hicieron responsable de organización de toda Sevilla. Nos pusimos nombres de guerra para no ser descubiertos. El mío era “Javier”. Teníamos un piso franco en Su Eminencia.

¿El partido te pagaba?

Sí, yo ganaba 1.800 pesetas de albañil y el partido me pasaba 1.500. 

¿Cómo hiciste para que nadie detectara tus movimientos?

Llevaba una doble vida. Me movía mucho para despistar. Contacté con los miembros que quedaban. Años atrás se abandonó la guerrilla; la estrategia era infiltrarnos en plataformas, en las fábricas, donde se empezaban a hacer reivindicaciones. En el Hospital Virgen del Rocío solo había dos comunistas (un celador y un enfermero). Yo me llevaba el periódico, iba de una consulta a otra y llegamos a 200 afiliados.

¿Cómo te detuvieron? 

La Policía tenía vigilado a Ismael Martel, uno de los que había conseguido huir de la anterior desarticulación. Lo detuvieron y fuimos cayendo uno tras otro. Una noche de octubre de 1973, yo venía de una reunión y me estaban esperando aquí en la puerta de mi casa. Localizaron la imprenta multicopista, que yo tenía escondida en un doble fondo en ese cuartito del patio. Pero antes, conseguí tragarme el papel con los teléfonos.

¿Qué os hicieron? 

Nos llevaron al cuartel del Palmarillo. Me dejaron allí hasta que trajeron a Carlos Benítez. Nos esposaron, no podíamos ni orinar. De allí nos llevaron a La Gavidia. Me metieron en la última celda. Al pasar, vi que habían cogido a muchos de los nuestros.

¿Te interrogaron? 

Cinco personas me pegaban al mismo tiempo, eso no es un interrogatorio. Me daban rodillazos en los muslos. Me pusieron delante una declaración para que la firmara y me negué. Me enseñaban fotografías de camaradas y yo lo negaba todo. Me trajeron a Manuel Benítez Rufo y dije que no lo conocía. Lo peor fue la tortura del “quirófano”. Te amarraban en una mesa y te estiraban, y a medida que el cuerpo iba estirando, te ibas clavando el pico del mueble. Estuvimos 72 horas detenidos y 72 más en la cárcel hasta que nos echaron.

Avancemos unos años hasta la democracia. ¿Cual fue tu papel en el Partido Comunista? 

Yo tenía un poder tremendo. Desde mi casa se tomaban muchas decisiones. Fui hasta 1987 el secretario de organización en Andalucía, la más fuerte de España, con 40.000 afiliados. Pero yo no salía en las ruedas de prensa, trabajaba a nivel interno de partido.

¿No tuviste cargos de responsabilidad política? 

Nunca he querido. He visto gente que quería vivir de la política y eso me asqueaba. Rufo me conocía muy bien y lo que yo decía iba a misa.

¿Conociste a Carrillo? 

Claro, era muy valioso e importante, pero un poco soberbio. Con los que más trabajé fue con Anguita y Alcaraz. Un día los cité en mi despacho y les dije que o cambiábamos el rumbo o no íbamos a ningún lado. En el 87 dejé el partido por falta de sintonía.

¿Valió la pena tanta lucha y sacrificio? 

Sí. No estoy arrepentido de nada… ¡y mira que he vivido malos momentos, con mi famlia muy sacrificada! Pero me siento muy orgulloso de haberme dedicado a los demás, a la sociedad española, y de no haberme beneficiado nunca de nada.

¿Cómo ves ahora todo? 

La izquierda, desde Anguita, no ha hecho más que dividirse y eso me duele. No le veo futuro ninguno. Ahora cuido a mi esposa y echo de menos no poder hacer nada, ni siquiera ir a una manifestación. Estamos retrocediendo en todo y me paso las noches sin dormir. 

Entrevista y foto: David Hidalgo Paniagua. Publicada previamente en el periódico El Nazareno de Dos Hermanas.

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